GRACQ, JULIEN
Dos cuadernos manuscritos hallados hace unos pocos años recogen, el primero, la crónica inmediata de tres semanas de campaña de la compañía del ejército francés donde Julien Gracq sirvió como teniente, del 10 de mayo al 3 de junio de 1940, en repliegue incesante y sucesivo por los frentes holandés, belga y finalmente galo, hasta su apresamiento casi banal por las tropas alemanas; el segundo, una reelaboración de los mismos episodios durante los días del 23 y el 24 de mayo del mismo año, redactada ya en tercera persona y concentrada camino abierto hacia el relato. Unos materiales de excepción, insólitos en Gracq, que permiten asistir un punto morbosamente al esplendor del artificio, al trabajo en apaciencia fácil, manual del espesado y depuración del texto para adentrarlo en el terreno paradójicamente más preciso e íntimo de la ficción, donde se convocan ya las atmósferas suntuosas de su arte mayor: las de Le rivage des Syrtes o de Le balcon en fôret, tercera vuelta y final, ésta última, de esos dos cuadernos que aquí se presentan. Sintió, lo que dura un chasquido de mecha, una impresión extraña, desconocida, un nuevo nacimiento: sintió su cuerpo. Como si el haz de balas que lo había envuelto se había sentido envuelto realmente, como por un deslumbrante paso magnético lo hubiera despertado por todo su contorno, modelado, acariciado, envuelto con el trazo fosforescente de una especie de mano suave y eléctrica que hacía erizársele el vello pelo a pelo habríase dicho que sentía el bulbo de cada pelo espolear singularmente sus músculos más ínfimos; un leve hormigueo de insectos corriéndole por el cuerpo a flor de piel, una especia de cosquilla amorosa.