OTERO, BLAS DE
Blas de Otero Muñoz nace en Bilbao el 15 de marzo de 1916. Un mes antes había muerto en Nicaragua Rubén Darío, y Juan Ramón Jiménez tenía a punto su Diario de un poeta recién casado. Como si la naturaleza no quisiera dejar vacíos poéticos, estos dos poetas son las voces más persistentes en la formación y en la obra del futuro escritor bilbaíno.
Estamos en plena guerra del 14, aquella que permitió a la burguesía española realizar pingües negocios al amparo de la neutralidad, sobre todo en la industria de los metales. Así acrecentó su fortuna en estos años el padre del poeta, aunque también sufrió las consecuencias de la depresión económica que acabó en 1929 con los sueños de los felices veinte.
Nieto de un capitán de la Marina Mercante y de un famoso médico, diez años le duró a Blas de Otero su infancia de niño rico. Una institutriz francesa (la Mademoiselle Isabel del poema) cuidaba de los tres hijos de la familia, sobre todo del pequeño Blas, su preferido. A los siete años ingresa en el colegio de Doña María de Maeztu, en cuya cálida enseñanza aprende las primeras letras, pero pronto es arrancado de ese refugio para empezar el Preparatorio e Ingreso de Bachillerato en un austero colegio de jesuitas (yo no tengo la culpa de que el recuerdo sea tétrico, escribirá más adelante).
En Bilbao se sintieron muy pronto los primeros golpes de la depresión posbélica. En un intento de recuperar su fortuna, el padre se traslada con toda la familia a Madrid en 1927. Allí va a descubrir el niño la libertad de las calles madrileñas, los amores infantiles y, siguiendo una vieja tradición familiar, recibirá lecciones de toreo en la Escuela Taurina de Las Ventas. En el Instituto Cardenal Cisneros recibe su título de Bachiller. La muerte de su hermano mayor en plena adolescencia, y dos años más tarde la del padre, amargado por la ruina total, determinan su futuro (iba a estudiar Letras, pero un hermano que murió a los dieciséis años había iniciado ya Derecho y mi familia me animó a ocupar su lugar). Lo que Blas de Otero pagó por ocupar el lugar de otro fue aprendiéndolo y sufriéndolo a lo largo de toda su vida.