ARELLANO, IGNACIO
El cuarto centenario del nacimiento de Calderón (2000) sirvió de catalizador
editorial para dar a conocer nuevos datos sobre la vida y
obra del poeta madrileño, al igual que fue motivo ideal para publicar
nuevas aportaciones críticas sobre su teatro. A la colección auspiciada
por Reichenberger y la Universidad de Navarra, dirigida por Ignacio
Arellano, se debe la iniciativa de rescatar los autos completos
calderonianos en ediciones modernas y de fácil manejo; ya desde inicios
de la década de los años noventa, los cuidados volúmenes preparados
por especialistas de todo el mundo han hecho este tipo de
creación tan particular mucho más comprensible y grata al lector
contemporáneo, el cual disfruta hoy del acceso a piezas que antaño
gozaron de desigual estima y de una situación poco menos que marginal
en el canon teatral calderoniano. Junto a la coordinación de
tan valiosa biblioteca, han destacado en Ignacio Arellano una serie
de aportaciones: libros, antologías, actas, artículos que, en los últimos
cinco años, han mantenido vivo el interés por tan genial dramaturgo.
Estructuras dramáticas y alegóricas en los autos de Calderón es una
intervención crítica que, sin ánimo de agotar la naturaleza semántica
de tal o cual pieza, resulta sin embargo de enorme utilidad: sirve de
puerta de entrada a quien quiera iniciarse en este tipo de creaciones
tan poco estudiadas, al tiempo que profundiza sobre algunos aspectos
de la dramaturgia calderoniana que necesitaban de matices o de
simples rectificaciones. El libro se divide en seis capítulos y una bibliografía,
y en ellos se tratan asuntos tan diversos como lo que el autor
llama paradigmas compositivos de los autos, la presencia de la
Biblia, el sustrato histórico que late tras algunos de ellos, los tipos de
espacios dramáticos y el vestuario. Se busca entonces, a partir de la
mención de casi ochenta piezas, alcanzar una serie de metas que no
fueron logradas en los trabajos previos hoy más conocidos tanto en
sus orígenes críticos (Marcel Bataillon, Alexander Parker) como
en calas recientes (Barbara Kurtz, Viviana Díaz Balsera); pese a que
no es éste un acercamiento exhaustivo, sí supone, no obstante, uno
de los rastreos más completos de la síntesis dramática lograda por el
autor de La vida es sueño: mientras no esté construida la base comenta
Arellano será difícil abordar un estudio denso y completo de
conjunto (p. 10). Si hoy ya conocemos mejor ciertas facetas compositivas
de este teatro religioso gracias, por ejemplo, a Vincent Martin y su
reciente libro El concepto de representación en los autos sacramentales de
Calderón (2002), el estudio de Arellano tiene el mérito de ofrecer un
ordenamiento riguroso de las constantes que recorren estos valiosos
opúsculos sin por ello dejar de subrayar sus rasgos de originalidad.