SANTONJA
Sobre la tradición textual del Lazarillo véanse las noticias de A. Blecua y F. Rico en sus respectivas ediciones (Castalia, 1974 y Cátedra, 1988), con sus textos y notas. Como curiosidad ilustrativa, recomiendo el facsímil del ejemplar de Barcarrota, Junta de Extremadura, 1996. Para cuestiones más generales, sigue siendo imprescindible F. Lázaro Carreter, Lazarillo de Tormes en la picaresca (Barcelona, 1972). Como iniciación al estudio de la censura de libros en nuestra historia, recomiendo el panorama general que ofrece A. Márquez, Literatura e Inquisición en España. 14781834 (Madrid, 1980), con erudición selecta y puntual.
La incidencia de la censura inquisitorial en la cultura española, sobre todo del Siglo de Oro, es uno de los temas preferidos de nuestros historiadores. Como no podía ser menos, la que controla libros e impresos despierta especial interés, dada la significación y alcance de éstos. Estamos ante un fenómeno de gran complejidad, que ha de tener en cuenta circunstancias de tiempo, materias, derecho, censores, criterios, etc. Sin embargo, la mayoría de los críticos ha adoptado a este respecto una postura severamente condenatoria, construyendo una bibliografía que, con excepciones, constituye un capítulo de nuestra leyenda negra, que se apoya en datos y razones ciertas, aunque no siempre bien calibrados y contextualizados.
En este sentido me parece ejemplar la aportación de G. Santonja cuando, en la bien estructurada Introducción" del libro que reseñamos, bosqueja una minihistoria del tema, referida al Lazarillo de Tormes. Como es sabido, la salida a escena de esta singular novelita fue todo un éxito editorial. Tenemos cuatro ediciones de 1554, es posible que exista alguna anterior, y nos consta el entusiasmo que la sociedad culta de la España del Emperador, imbuida de humanismo europeísta, sintió por las venturas y desventuras de Lázaro, que mirando desde su infancia por su interés, y despreciando la honra convencional, vive como pregonero de vinos y esposo de la barragana de un clérigo toledano. A vueltas de anécdotas risibles, los lectores de entonces veían en el anónimo librito toda la carga acusatoria que contenía contra la hipocresía de la España de la época.