EURÍPIDES
«AGAMENÓN. Yo soy consciente de lo que es digno de compasión y de lo que no (1255), y amo a mis hijos, pues, de lo contrario, estaría completamente loco. Me resulta terrible atreverme a cometer semejante acto, mujer, pero igualmente terrible sería también no hacerlo, siendo como es del todo necesario que yo lo lleve a cabo. Observad la inmensidad de esta armada naval, y cuántos son los soberanos griegos, de broncíneas armas (1260), que no pueden poner rumbo hacia las torres de Ilión ni arrasar los ilustres cimientos de Troya, a no ser que yo te sacrifique, comodice el adivino Calcante. Una pasión irrefrenable ha hecho enardecer al ejército de los griegos por navegar lo más pronto posible hacia suelo bárbaro (1265) y poner fin a los raptos de esposas griegas. Ellos matarán a las hijas que he dejado en Argos, y también a vosotras dos y a mí mismo, si no atiendo a los oráculos de la diosa. No es Menelao quien me ha convertido en su esclavo, hija mía, ni tampoco me he doblegado yo a su voluntad (1270). La culpable es Grecia, y es por ella por quien, lo quiera o no, he de sacrificarte. Ante esta necesidad no me queda otra cosa que inclinar la cabeza, pues es menester que Grecia sea libre en todo cuanto de ti, hija mía, y de mí dependa, y que sus hombres, como griegos que son, no se vean, bajo la autoridad de los bárbaros, despojados de sus esposas a la fuerza (1275).»