MARTÍN BALLESTER, CARLOS
Acaba de ponerse en las librerías del país una excelente biografía de Tomás Pavón Cruz, uno de los mejores cantaores de flamenco que han existido, sevillano de la Puerta Osario y hermano de la gran Niña de los Peines, que vino al mundo en 1893 y murió en 1952. Ya publiqué una biografía suya hace casi veinte años, un capítulo dentro de mi libro La Niña de los Peines en la Casa de los Pavón (2000), y en 2007 publiqué El Príncipe de la Alameda, una biografía ya más extensa que tuvo mucho éxito, con 1500 ejemplares vendidos en tres meses. Pero hacía falta una biografía más completa y un exhaustivo análisis de su no muy larga obra discográfica. Esa obra es el tercer volumen de la importante Colección Carlos Martín Ballester. Los dos anteriores volúmenes estaban dedicados a Don Antonio Chacón y Manuel Torres.
Tanto los anteriores como el de Tomás están escrito por cuatro personas, el propio Carlos Martín Ballester, el malagueño Ramón Soler Díaz, el madrileño José Manuel Gamboa y el francés-almeriense Norberto Torres Cortés. Los cuatro son grandes analistas del flamenco y es de agradecer que vuelquen su sabiduría en hacer libros tan documentados como estos tres ya citados. Las biografías son fundamentales para que los aficionados conozcan a las figuras de este arte, y no hay muchas, al menos de calidad. Grandes biografías son las de Chacón y Silverio, de José Blas Vega, o las que firmó José Luis Ortiz Nuevo sobre Pepe el de la Matrona y Pericón de Cádiz.
Esta biografía de Tomás es excelente, aunque he echado de menos un poco de alma a la hora de contar su vida, por cómo era este cantaor, un ser único, sensible, genial, introvertido y de una época distinta a la que le tocó vivir. Como cantaor no lo ha discutido nadie, a pesar de que no fue ni mucho menos una estrella del cante, sino un cantaor de juergas y fiestas privadas que no se prodigó mucho en los escenarios y que le llegó a cantar a don Miguel de Unamuno en una reunión. No le gustaban los escenarios y tuvo que subirse a ellos algunas veces porque tenía que comer. Pero en cuento podía se escapaba. Ni siquiera le gustaban las fiestas pagadas, negándose a cantar muchas veces si había mujeres. En realidad, Tomás solo era feliz pescando en la Barqueta, escuchando a Chopin, leyendo novelas sobre personajes históricos, arreglando relojes de bolsillo o haciendo jaulas para pájaros en su habitación del número 6 de la Plaza de la Mata, la casa de su hermano Arturo y Eloísa Albéniz, su cuñada.
Esperaba que hubieran ahondado algo más en la persona, aunque está claro que en la biografía de un artista importa más su arte, su obra. El estudio que hace el flamencólogo malagueño sobre sus cantes registrados en discos de pizarra grabados entre 1927 y 1947, es minucioso, aunque excesivamente técnico. Y lo mismo se puede decir del que hace Norberto Torres de sus guitarristas, como fueron el Niño Ricardo, Manolo de Badajoz y Melchor de Marchena. Hay muchas anécdotas sobre la relación de Tomás con Ricardo, por ejemplo, que no se han contado. Y José Manuel Gamboa hace un estudio de los continuadores del estilo y el repertorio del cantaor.