LAPORTE, EDUARDO
Escritor rápido y periodista lento, ha publicado libros como postales del náufrago digital (Prames, 2008), Luz de noviembre, por la tarde (Demipage, 2011), habana 2009 (SubUrbano, 2013), La tabla (Demipage, 2016), Diarios (2015-2016) (Pamiela, 2017) y Barojiano y todo lo contrario (Ipso ediciones, 2018). Colabora, entre otros, en El Correo de Bilbao y navarra.com
22 de abril
Lo llevo bien, lo llevo bien. Hago bandera del llevarlo bien, lo deseé incluso, un confinamiento personal, pero no deseaba en cambio decenas de miles de muertos y una economía en riesgo de paro cardíaco. La idea de que se cumplan los deseos de manera desaforada. Un genio de la lámpara sin sentido de la mesura. Un genio torpe, que en su generosidad provoca más mal que bien.
Lo llevo bien, lo llevo bien, tanto es así que hoy me levanté antes de las ocho y, ya duchado y repeinado, entendí el significado literal del saludo al sol. Tras casi cuarenta días sin verlo piso exterior pero que no fue agraciado con la presencia solar directa descubrí, o recordé, que a esas horas poco transitadas el sol sí se dejaba ver. Así que me he colocado como una suerte de figura de cera frente a un sol tibio, tiepido aprile, al que demandaba su dosis de vitamina D como el ratero exige los euros calientes para sus vicios.
He desayunado después una quesadilla con aguacate para esperar después sus efectos benéficos mientras escuchaba a Íñigo Alfonso por la radio, pero en lugar de llegar una energía nueva he sentido deseos de tumbarme. Quería terminar la novela de Juan Trejo, cuyo relato de un infarto vivido, entiendo, en carne propia me ha dejado un mal cuerpo considerable. El hipocondríaco suele serlo por su empatía extrema; prefiero no pensar en la fragilidad, en la falibilidad, de esa máquina fundamental para que todo se sostenga. Porque somos, los vivos, un prodigios de cosas que no fallan. Y que siga.