ALEJO, JUSTO
Tener en las manos toda la obra poética de Justo Alejo es como una quemadura en las palmas, que fuera a la vez la frescura del agua, que fuera a la vez una caja misteriosa de la cual, al abrirla, saliera volando un dado de luz. Ha sido la Fundación Jorge Guillén la que se ha lanzado a tan audaz hazaña y, además, con exquisito cuidado y eficacia.
Justo Alejo, hijo de Rosa Alejo y de «desconocido», nació en Sayago (Zamora) en 1935. Desde la infancia (pobre y pueblerina) destaca Antonio Piedra vive «una fertilidad poética y una relación anímica con el arte muy especial y ambiciosa, pues para él arte es todo: "un eterno girar y girar en torno al querer vivir y no poder"». Acaso esto explica sus intereses profesionales e intelectuales, que le llevan desde una Escuela de Formación Profesional de la Renfe, a los 14 años, a la Maestranza Aérea de León, donde inició la especialidad de carpintería, a su ingreso como soldado voluntario de Aviación en la base de Villanubla (Valladolid) en 1954, arma en la que llegó a brigada en 1974, y el hecho de que entrelazara con este oficio el estudio del bachillerato y de las carreras de Filosofía, Pedagogía, Políticas, Psicología y Sociología. Pero lo que ese «querer vivir y no poder» explica, sobre todo, es su suicidio, efectuado de un salto desde una ventana del cuarto piso del Ministerio del Aire donde trabajaba, en enero de 1979.
Ese salto, que le llevó al otro mundo, culminaba también una pulsión hacia lo otro desconocido. Rosa Chacel detectó en su escritura un afán por abrir puertas: «Su buceo en las palabras es análisis en busca de confirmación de lo intuido, y su repetición, el juego de reiteración que es su sistema, tiene casi el aspecto de manía
la manía de ir abriendo puertas». Pero en la vida y en la poesía de Justo Alejo hubo también puertas abiertas de por sí y tan dispares como el canto popular y la arriesgada vanguardia de Francisco Pino o las tertulias de la Librería Relieve, de Valladolid, ese Valladolid que fue crucial en su poesía y su escritura pues no hay que olvidar aquella Prosa errante, que constituía su colaboración en El Norte de Castilla.
Ciertamente Alejo se sitúa entre Francisco Pino y César Vallejo, y esas dos coordinadas subyacen desde sus primeros libros: Poemas tan inconscientes como flores de arrabal o Yermos a la espera, hasta los libros póstumos: El aroma del viento y Materia móvil, pasando por toda su etapa experimental que comprende, entre otros, los títulos: Alaciar, SERojos luNARES (nimBOS), Son netos y SolEDADES sonoras. A pesar de ello una orientación social soterrada en su poesía va dotando a la palabra progresivamente de mayor contenido reivindicativo, si bien su denuncia está también integrada en la experimentación y en la vanguardia. Así, para oponerse a la trivialización del mundo que nos rodea, emplea el lenguaje y la imagen publicitarios en un tipo de texto que abunda en Son netos como el que incluye la reproducción de un cartel con una novia seria, acompañado de las palabras: «contentándose sólo con sonreír
/ pero / ESE DETALLE aunque infantil NO CARECÍA DE IMPORTANCIA
», o el que dice: «LEJOS / su piso adQUIERA / DE LUJO / en AQUELLA OTRA GALAXIA / para ESO».