LUCIANO DE SAMOSATA
Pocos hechos de la inquieta vida de Luciano de Samosata han sido establecidos con certeza y todos ellos se han reconstruido aproximadamente de los escritos que de él se conservan, constituidos por conferencias y libelos, diálogos y narraciones. La cronología de sus obras es muy confusa y se desconocen la fecha y circunstancias de su muerte. Se sabe que nació en los márgenes del Imperio romano, a orillas del Éufrates, donde Oriente se tocaba con Occidente.
Según refiere en su obra autobiográfica El sueño o Vida de Luciano, en su adolescencia fue aprendiz en el taller de un escultor, tío suyo. Como reñía frecuentemente con éste, pronto le abandonó y se trasladó a Asia Menor, donde adquirió una educación literaria y se familiarizó particularmente con las obras de Homero, Platón y los antiguos poetas cómicos. Llegó así, aunque su lengua natal era el arameo, a dominar la lengua y la cultura griegas, y empezó su carrera de sofista errando de ciudad en ciudad.
Después de recorrer Grecia viajó a Italia y Galia. Muchas de sus conferencias sobre temas mitológicos y sus prólogos retóricos pertenecen a esta época. En el año 159 llegó a Roma como embajador de Samosata, y unos años después dio fin a su vida errante para establecerse en Atenas, donde amplió considerablemente sus conocimientos sobre la literatura y el pensamiento griegos. Así, a los cuarenta años, Luciano dejó las conferencias públicas para dedicarse a la filosofía y a escribir ensayos críticos y satíricos sobre la vida intelectual de su tiempo.
Llegado a su madurez artística y tomando como referente las sátiras de Menipo, creó un nuevo género literario, los diálogos satíricos, fundiendo los elementos caricaturescos de la comedia con el diálogo a la manera platónica. Sus escritos descuellan por el estilo chispeante, el ingenio mordaz, el refinado humorismo y la sofisticada, y a menudo amarga, crítica de la hipocresía de la vida intelectual de su tiempo. Pertenecen a esa época sus dos obras más conocidas, Diálogos de los dioses y Diálogos de los muertos, cuya demoledora ironía se apoyaba en el empleo de un griego ático de gran pureza. La primera de ellas era una parodia de la mitología helénica, en tanto que la segunda mostraba la vanidad de las glorias humanas por medio de conversaciones entre vivos que adoptaban el punto de vista de los muertos.
Se cree que en el año 162 Luciano acompañó al emperador Lucio Aurelio Vero a Antioquía, donde residió durante algún tiempo. Tras una breve visita posterior a su ciudad natal, el escritor volvió a Atenas. Allí compuso entre otras obras Muerte de Peregrino (filósofo de cuyo suplicio fue testigo en los Juegos Olímpicos del año 165), Timón, El acusado de doble acusación y Cómo ha de escribirse la historia, una brillante burla de la tendencia de los historiadores a convertirse en meros apologistas. En los últimos años de su vida, Luciano desempeñó un alto cargo como funcionario en Egipto. Incapaz de adaptarse al mismo, sin embargo, regresó de nuevo a su amada Atenas y reanudó su actividad como escritor.