EISENSTEIN, SERGEI
Pocos cineastas han dejado una huella tan indeleble en
la historia del cine como Sergei M. Eisenstein. Maestro
del montaje, revolucionario de la imagen y genio indiscutible,
su filmografía no solo definió una época, sino
que la transformó. Pero detrás del intelectual venerado
por la Unión Soviética y del artista que deslumbró a cineastas
de todo el mundo, había un hombre de pasiones
desenfrenadas, contradicciones íntimas y una vida
marcada por la transgresión. Memorias inmorales es el
testimonio más audaz, irreverente y fascinante del director
de El acorazado Potemkin, un relato en el que el
autor se desnuda ante el lector sin reservas ni censuras.
Escritas con el mismo virtuosismo con el que filmaba,
estas memorias son un viaje vertiginoso por la mente
de un hombre que vivió entre el dogma político y la libertad
creativa, entre la devoción al arte y la atracción
por el escándalo. Eisenstein no solo nos narra la gestación
de sus obras maestras, sino que revela los episodios más privados de su existencia: su infancia en Riga,
su paso por Hollywood, sus encuentros con Walt Disney y Charlie Chaplin, su deslumbramiento en México
junto a Diego Rivera y Frida Kahlo, y su incesante lucha con la censura estalinista. Pero lo que hace de estas
memorias un texto incendiario no es solo su recorrido por los entresijos de la historia del cine, sino su tono
confesional, su franqueza y su descaro. Eisenstein nos habla sin tapujos de su sexualidad, de sus obsesiones,
de sus delirantes aventuras eróticas, de su fascinación por el arte y la muerte. En sus páginas conviven
la lucidez y el exceso, la reflexión teórica y el placer carnal, la gloria y la caída.
Pocos libros han sido tan provocadores, tan visionarios, tan radicales como este. Memorias inmorales no
es solo la autobiografía de un genio, sino la crónica de un espíritu libre que desafió todas las normas, en la
pantalla y en la vida. Memorias inmorales es una fiesta para los sentidos, tanto como para el intelecto. Una
obra imprescindible para entender no solo a Eisenstein, sino el siglo que lo hizo inmortal.