CANCHO BELTRÁN, JOSÉ LUIS
ecía Gramsci que cultura es apoderamiento de la persona propia y no acumulación, como si fuésemos tinajas vacías, de datos, nombres y fechas. Es, al fin y al cabo, el ejercicio de conocerse a uno mismo, descubrirse más bien, para, llegado el momento, ver la función en la vida que se tiene. No es tarea fácil, y requiere de un trabajo constante y muchas veces perturbador e incómodo, ya que no existe una meta. Por eso me pregunto qué se le pudo pasar por la cabeza a José Luis Cancho para lanzarse a escribir una obra autobiográfica: Los refugios de la memoria (papelesmínimos ediciones, 2017). Me parece un gesto valiente, desde luego, y el resultado, aunque autobiográfico, coquetea con la ficción para convertirse en un viaje en círculos en el que solo pasa por el destino final de manera esporádica, como con miedo, pero capaz de dejar poso en el lector.
El miedo es al parecer punto de partida del libro, pues el autor deja caer que cierto pavor por la pérdida de la memoria ha empujado a la escritura de Los refugios de la memoria. Una situación aterradora que, en quien ha tenido en la literatura uno de los pocos (si no el único) espacios de paz, solo puede tener como resultado una novela. Y lo cierto es que, pese a tratarse de un libro sobre su vida, lo que me pide el cuerpo en esta reseña no es vomitar un montón de datos biográficos. Solo diré, eso sí, que nació en Valladolid en 1952.
El escritor José Luis Cancho (fotografía de Morella Muñoz-Tebar)
En cuanto a la novela, contra todo pronóstico, comienza con el trágico episodio en el que, tras ser torturado por la brigada político-social (la policía política durante la dictadura franquista), fue lanzado por la ventana de la comisaría de la calle Felipe II. Y digo contra todo pronóstico porque, me consta, el autor nunca ha querido volver a ser el de la caída. Muchos hubiesen sacado bastante más rédito de aquel episodio, más tratándose de una autobiografía, pero la realidad es que Los refugios de la memoria es más una suerte de diario de viaje en el que se narra, como en un puzle sin resolver, el descubrimiento de la literatura como refugio. El accidente (nótese el eufemismo) sirve, de esta forma, para articular un relato que se auto impulsa con la rebeldía como gasolina.