JAVIER LEÓN Y JOSÉ Mª GOICOECCHEA
Posiblemente, la sociedad actual no se ha parado a pensar hasta qué punto los puentes han tenido, tienen y tendrán impacto en la historia de la Humanidad y han influido de forma tan determinante en el desarrollo de la civilización. Precisamente la construcción de puentes se ha considerado uno de los síntomas reveladores de que un colectivo humano se preocupa por la estabilidad de sus asentamientos, el aseguramiento de las comunicaciones y, en definitiva, el dominio y la vertebración del territorio. A ese fin estaban destinados los puentes de la soberbia red romana, apenas enmendada durante la Edad Media.
En Occidente, el valor del puente fue creciendo en importancia a partir del s. XVIII, cuando la Ilustración comprendió la necesidad de dotar a los pueblos de infraestructuras y la burguesía, instalada en el poder a partir de la Revolución Industrial, exigía soporte adecuado a la expansión del comercio y de los movimientos humanos, creadores de riqueza económica. Los puentes se convirtieron en objetos de uso y, por tanto, en elementos vivos y expresiones de arte, de poder y de prestigio (algo parecido, salvando las oportunas distancias, a las catedrales góticas de la Baja Edad Media). El ímpetu creciente en la construcción de puentes inundó el mundo de obras de cada vez mayor variedad, pero los puentes de piedra fueron perdiendo protagonismo en favor de los metálicos y los de hormigón, sucesivamente, con los que ya no podían competir.
No obstante, la experiencia de los que, al cabo del tiempo, hemos tenido que inspeccionar y, en ocasiones, reparar puentes enseña que, de entre todos, los de piedra (o ladrillo, que con frecuencia se olvida) son los que han evidenciado mejor comportamiento y mejor ratio vida útil / inversión inicial, menores gastos de mantenimiento y, en definitiva, son los más sostenibles.
A estas alturas del siglo XXI, ¿qué papel juegan los puentes de piedra?, ¿qué valor socio-cultural tienen? ¿cabe hablar de innovación en torno a nuevos puentes de fábrica?
A reflexionar sobre estas cuestiones está llamado este curso que nace con la intención de abrir, una vez más, un debate sincero y abierto, equilibrado entre la necesaria visión retrospectiva y el futuro de un patrimonio que hay que mantener y engrosar con otros criterios: el cultural, el social, el de la sostenibilidad, etc. Se pretende también, y no es poco, ayudar a entender estos puentes para amarlos más.