ROSICH MONTAGUT, JORDI
A las doce y media de la madrugada del 25 de abril de 1974 se emitía por Radio Renascença la canción Grandola, vila morena; era la señal elegida por los capitanes del Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA) para poner en marcha el golpe militar que pondría fin a la dictadura más vieja de Europa. A ninguno de los jóvenes militares que emprendieron aquella acción les pasó por la cabeza que iban a protagonizar el pistoletazo de salida de uno de los procesos revolucionarios más profundos de toda la historia del movimiento obrero. Pero eso fue lo que ocurrió. Ni los dirigentes del MFA, ni los del Partido Comunista Portugués (PCP), ni los del Partido Socialista (PS), tenían en su perspectiva, ni en su programa, una revolución socialista; sin embargo, en pocos meses, las colonias portuguesas obtenían su independencia, los grandes latifundios fueron tomados por los jornaleros de la región del Alentejo, la banca y una gran parte de la industria fue nacionalizada, los trabajadores establecieron claros elementos de control en las empresas, y la burguesía, presa del pánico, perdió el control de su propio ejército, cuya base y una buena parte de los oficiales medios habían girado a la izquierda.
Esos hechos irrefutables ?como escribió Trotsky en su Historia de la Revolución Rusa, dejemos a los moralistas analizar si estuvieron "bien" o estuvieron "mal"? deberían bastar para tratar la Revolución de los Claveles como algo más que "un peculiar acontecimiento cargado de nostalgia, protagonizado por un grupo de militares románticos pero poco realistas, y que al menos tuvo la virtud de traer a Portugal la democracia parlamentaria". Esa es, poco más o menos, la idea que la burguesía transmite en sus periódicos de la revolución de 1974, a 25 años de haberse producido; una apreciación, por cierto, bastante diferente de la que tenían los redactores de The Times al calor de los acontecimientos, cuando diagnosticaban, en la portada de su periódico, que "el capitalismo ha muerto en Portugal".