PUEYO, JAVIER
La secularización del mundo contemporáneo no ha impedido que el arte siga siendo uno de los medios fundamentales de expresión de lo sagrado. Los lenguajes profanos y abstractos de las vanguardias europeas de principios de siglo contribuyeron a preservar la capacidad de percepción del misterio en el hombre. Así mismo, las formas poéticas de las últimas décadas, orientadas hacia modos radicales de destrucción de la imagen o del discurso, también se han erigido como un medio válido de manifestar lo inefable, lo numinoso.
El estudio de 'obras profanas' que despiertan a la experiencia de lo sagrado o del misterio se ha convertido en la labor fundamental de las investigaciones del profesor Vega en los últimos años (1). Dos de sus primeros libros, «Zen, mística y abstracción» (2002) y «Arte y santidad: cuatro lecciones de estética apofática» (2005), sientan las bases de la estética apofática, caracterizada por un marcado componente ascético-místico y con una tendencia hacia la destrucción de la naturaleza comunicativa del lenguaje que sostiene la propia obra. De este modo, se intenta 'visibilizar' aquello que no puede ser visto. Es decir, el arte asume su carácter sagrado primigenio, el de ser la manifestación sensible de lo ininteligible.
Naturalmente, el término que escoge Vega deriva de la teología apofática, corriente religiosa que defiende la posibilidad de un conocimiento directo del dios, de lo sagrado o numinoso, a través de la retracción de los sentidos, es decir, de la experiencia del vacío, de la nada.