MOLINA FOIX, VICENTE
¿Qué es una novela policíaca? Ante todo, la búsqueda de un cuerpo, el cuerpo de una mujer. La agonía, es decir, la lucha poética, de dos cuerpos: el del hombre, que ha de entrar en los infiernos para encontrar el cuerpo de una mujer, y el de la mujer, remoto, inalcanzable, misteriosamente amenazado por fuerzas horrendas. El detective entra en los bajos fondos, se alía con lo peor de la sociedad, se emborracha, recibe palizas monumentales, sufre espectaculares resacas. El detective, en definitiva, es un cuerpo que sufre: a través de su sufrimiento nosotros aprendemos a sublimar nuestro temor a la noche, al crimen, a la mala suerte. Él paga por nosotros (hace el trabajo sucio), nos evita el dolor. Es Orfeo, que desciende a los infiernos siguiendo las circunvalaciones de su vaso ceremonial, pero también es Cristo. Por el contrario, el cuerpo que se busca no sufre, sino que hace sufrir: es un cuerpo cruel, remoto, perfecto, idealizado. El detective intentará encontrarlo, tocarlo, medirlo, poseerlo y también cortarlo en pedazos (aunque en la superficie esta tarea le corresponda al «asesino», que en el fondo no es otro que el detective disfrazado; el sueño del detective hecho realidad). ¿Para qué? Por venganza, porque ese cuerpo hace sufrir, pero también para comprenderlo (se trata de una disección científica) y para inmovilizarlo, es decir, para que deje de transformarse.
En su última novela, La mujer sin cabeza, Vicente Molina Foix nos propone una variación muy personal del tema fundamental de la novela policíaca. La novela comienza con un cuerpo, un cadáver que aparece en un pueblo de la costa sin ningún signo que lo identifique. No es un cuerpo de mujer, es cierto, pero tampoco es un cuerpo de hombre. Es un cuerpo imposible, un cuerpo trompe l'oeil, un cuerpo sin ombligo. La «mujer sin cabeza» aparece en el centro del libro, la cabeza en una bandeja, el cuerpo dentro de una extraña flor térmica, desnudo, blanco, como si no fuera en realidad un cuerpo humano sino una parte del organismo de la monstruosa flor artificial. El título, sin embargo, es engañoso, y no señala en realidad a este cuerpo separado en dos partes, sino a las dos partes que componen el cuerpo de otro de los personajes, la misteriosa y seductora Catalina Borrás, o bien a las dos cabezas que ocupan su mismo cuerpo, o bien, ¿cómo decirlo?, a la extraña cualidad de ser varias personas al mismo tiempo y no ser nadie en realidad que parece afectar a este personaje desde el principio del libro y que es uno de los motivos de que La mujer sin cabeza sea un libro tan intrigante y se lea con tanto interés. En una de las primeras entrevistas a Catalina Borrás, el detective Carlos Sanchiz observa que el perro de ésta se acerca al retrato de Catalina que cuelga en la pared como si ella no se encontrara en la habitación. Al final de la novela, Carlos observa que el perro la sigue dócilmente, como si ella fuera realmente ella. ¿Quién es, verdaderamente Catalina Borrás? La respuesta podría estar en esa fábula sufí en que Mulla Nasruddin, personaje del folclore popular del medio oriente, le pregunta a un transeúnte: «¿Me habías visto alguna vez? ¿No? Entonces, ¿cómo sabes que yo soy yo?»