BLANCO MARTIN, JAVIER
La forma del arquetipo de la casa es una realidad construida que se viene registrando en las publicaciones especializadas de arquitectura desde finales del siglo XX, lo que supone la firme recuperación del icono de la casa en la cultura contemporánea.
Ya en el siglo XVIII, los arquitectos revolucionarios buscaron un nuevo lenguaje arquitectónico frente al clasicismo a través de los sólidos puros, de geometría elemental y precisa, básicamente la esfera, el cubo y la pirámide. Con las vanguardias artísticas de mediados del siglo XX comienza a definirse conceptualmente el poliedro de las siete caras como el arquetipo de la casa y, por excelencia, como el arquetipo de la arquitectura, intemporal y universal, que no proviene de ninguna cultura en particular, sino de todas, es decir, del imaginario colectivo, así esta forma es específicamente arquitectónica.
El hastial, proscrito por la modernidad, será el detonante que determine su configuración volumétrica, en el que se reconoce antropomórficamente el ser humano, cuya proyección en profundidad da lugar a una forma anisótropa con un eje vertical (la posición erguida), y uno horizontal (el desplazamiento). Fue vana la pretensión de que desapareciera una forma que había ido ligada a la evolución de este ser civilizado.
La idea-fuerza de esta figuración de la casa supera al campo disciplinar de la arquitectura. Todas las artes, sin excepción, han precisado de ella, bien como signo, esquema, símbolo, o imagen para expresar o evocar emociones, sensaciones, sentimientos y experiencias que pertenecen a la esfera de lo humano. También áreas del conocimiento, como la psicología y la filosofía, se han servido de la representación física o mental de la casa como metáfora para transmitir conceptos complejos. Aun cuando los propios arquitectos modernos rehusaron con vehemencia introducir la forma tradicional de la casa en sus proyectos, recurrieron a ella para ilustrar sus ideas.
El arquetipo de la casa no proviene de la esencialización de las formas de la tradición, ni de la absorción de los principios de la modernidad, tanto en lo formal como en lo conceptual, de lo que dan buena cuenta notables ejemplos como las casas Kazuo Kikuchi (1929) de Yamaguchi, Watzek (1936) de Yeon y Verrijn Stuart (1940) de Rietveld. Pero el discurso se podría trazar con las propias residencias que se hicieron arquitectos como Maekawa, Asplund, Markelius, Venturi y Brown, Moore, Erskine, Ungers, Toyo Ito, Murcutt o Zumthor.