PLATÓN
Diálogo de Platón (427-347 a. de C) compuesto probablemente después del Protágoras y según algunos antes del Georgias. Sócrates refiere a Critón una discusión sostenida con dos sofistas nuevamente educados en la erística antisténica, Eutidemo y su hermano Dionisodoro, a propósito de la enseñanza de la virtud. Invitados por Sócrates a dar pública prueba de su capacidad aleccionando al joven Clinias, los dos sofistas empiezan por asaltar a su discípulo con sus razonamientos contradictorios, demostrando primero que son los sabios quienes aprenden, e inmediatamente después que, por el contrario, los que aprenden son los ignorantes; y que se aprende lo que se sabe, y, por otra parte, que sólo lo que no se sabe, puede aprenderse. Para alentar a Clinias, Sócrates le dice que los sofistas, si ahora se burlan, acabarán seguramente por hablar en serio; y para animarle se pone a demostrar según su acostumbrado y claro método dialéctico, que el supremo bien es la sabiduría. La cual, enseñando a usar bien de todas las cosas, es fuente de verdadera felicidad. Ahora Clinias comprende que la sabiduría se puede enseñar, y Sócrates invita a los sofistas a aclarar por qué camino puede hacerse, pero les dice que hablen en serio. Ambos vuelven otra vez a sus sofismas, tan absurdos, que el amigo de Clinias, Ctesipo, se indigna contra el sofista que según él, está diciendo falsedades. Decir falsedades no es posible, replica Eutidemo, porque quien habla no dice otra cosa que lo que dice, y, contrariamente a lo que Ctesipo pretende, no se puede decir nada que no sea, ya que lo que no es no puede ni siquiera formularse. Y así como Ctesipo replica que Dinisidoro, si es que ha dicho de algo qué cosa es, no ha dicho cómo es, Eutidemo declara que las cosas no pueden decirse cómo son, pues de ser así habría que decir bien las cosas buenas, cálidamente las cosas calientes, etc. En un cierto punto de la discusión Dionisidoro afirma que no existe contradicción, entonces Sócrates se enfrenta con el sofista en su propio campo, la afirmación de que no puede darse contradicción, se enlaza con la de que, no puede decirse lo falso; pero si esto es verdad, no existe error de ignorancia y por consiguiente no hay necesidad de maestros. ¿Qué enseñan pues los sofistas? Y ¿Qué sentido pueden tener sus palabras?. Las palabras replica en seguida Dionisidoro no tienen nunca sentido, porque son inanimadas. Pero Sócrates afirma que, en todo caso, el sofista no puede tener razón contra él, habiendo negado él mismo, la posibilidad del error. Acallados por un rato los sofistas, Sócrates reanuda la conversación con Clinias. Si la sabiduría equivale a la adquisición de una ciencia que nos es útil, hay que determinar esta ciencia, la cual debe responder a dos exigencias; crear su propio objeto y enseñar el mejor modo de usar de él. La conclusión es que la única ciencia que satisface tales condiciones es el arte regia o política, que no puede tener otro objeto que la ciencia que es el bien, al cual todos aspiran. Pero ¿ciencia de qué?; si se responde que es la ciencia apta para hacer buenos a los hombres, no se sabe luego cómo determinar en qué consiste esta bondad, puesto que el bien, se ha identificado con la ciencia. En este punto Sócrates recurre de nuevo a los sofistas. Empieza así un tercero y más largo debate, en el cual Eutidemo y Dionisidoro hacen de nuevo alarde de su virtuosidad dialéctica, que Sócrates y Ctesipo, combaten, adoptando el mismo método, que consiste en probar al adversario, cualquiera que sea su respuesta, que no tiene razón. Por fin Sócrates, como subyugado por su ciencia, se declara admirador de sus adversarios, aunque añadiendo que sus discusiones, sólo puede agradar a gente como ellos y, como ha demostrado Ctesipo, que cualquiera puede aprender su arte en pocos instantes.