MORALES, ENRIQUE
El prólogo, si breve, dos veces prólogo. Casi siempre es el prólogo un
obstáculo que se le coloca delante al lector de un libro para que sepa apreciar
mejor lo que viene des pués. El prologuista es un mero encimario que
se inter pone entre el escritor y su cliente, un pesado que demora el acceso
a las páginas que de verdad importan y que son las que aparecen a continuación
del prólogo. Los escrito res les piden prólogo a los prologuistas
para que se ad vierta la diferencia entre un texto inoportuno (el de quien
prologa) y de un texto legal (el del autor). Lo hacen por que saben que,
aburriéndolo primero, el lector se incor pora con más ganas (y mejor disposición)
a la lectura del libro propiamente dicho. Los que prologan, cegados
muchas veces por la vanidad, suelen creer lo contrario. Que sólo
cuenta su prólogo. Y se equivocan.
Según lo dicho, hay razones suficientes para que el lec tor pase directamente
a vérselas con don Ricardo Codor níu, que es de lo que se trata, de
la mano de Enrique Mo rales, que es quien ha parido la biografía. Ahora
bien, co mo yo no soy prologuista porque no he estudiado para ello ni
tampoco me nace de natural, todo lo hasta aquí expuesto no me resulta
aplicable. Aparte de que lo único que yo pretendo hacer aquí es dar las
gracias. En Jumilla, mi pueblo, cuando alguien se muere, la gente dice: «Va -
mos a dar las gracias». Y llega y las da. Es una frase que viene de muy antiguo.
Y me gusta. En este caso no daré las gracias porque se haya muerto
alguien, sino por todo lo contrario: por haber resucitado a un grande de
Murcia (y grande de España y hasta grande del mundo), como es, sin exageración,
el Apóstol del Árbol, llamado también el Viejo Forestal.