MESA, BRUNO
Ahora que he perdido el Premio Fundación Loewe de Poesía por unanimidad, y ahora que he ganado el Premio Loewe de Poesía a la Joven Creación después de aplastar las ilusiones de unos 826 poetas de 26 países (sigo los datos del periódico La Razón), debo reunir el valor suficiente para escribir mi curriculum vitae, que es lo más parecido a una novel a de aventuras escrita por un seguidor de Nabokov, que además tiene la desgracia de vivir en África, de ser español y quizá de estar ebrio, como pedía el sabio Umar Jayyam y el libertino Abu Nuwas, por citar a dos compañeros de biblioteca. Ahora que existen en el dilatado orbe 826 poetas que sienten una envidia canina por Antonio Cabrera (ganador del gran premio), y quizá una rabia no menos canina porque un canario de 24 años, nacido en la triste ciudad de Santa Cruz de Tenerife, les haya arrebatado el ilustre premio de poesía que sin duda ellos merecían mucho más, porque son mejores, porque saben más y porque no hay derecho...Ahora, decía, puedo escribir mi curriculum sin que parezca una fábula de Esopo. Una música de pólvora y sangre, un paseo por el desierto, una pesadilla que nunca termina, una sobra que camina sobre la sombra del mundo...Quizás eso sea El Laboratorio. Para comprender este libro tal vez sólo haga falta una advertencia previa: saber que su autor siempre intenta escribir cada poema como si fuera el último y vivir cada día como si fuera la víspera del día de su muerte. Este libro sólo ofrece un dulce veneno, una afilada mentira y una hipótesis indemostrable: Una caterva infame de sombras y de máscaras, un baúl con recuerdos envenenados, una mentira mal disfrazada, una tragedia apenas esbozada.