VALÉRY, PAUL
El cementerio marino se originó a partir de un ritmo que Valéry recordó un día, un ritmo apenas utilizado desde los cantares de gesta de la Edad Media: el decasílabo con acento y cesura en la cuarta sílaba. Concebido como una especie de sinfonía cuyas frases melódicas resonaban en el interior del poeta, semejaba en sus inicios un marco sonoro dentro del cual se encuadraban imágenes flotantes. Según propia confesión, la más nítida de éstas era una visión de su juventud, una colina alargada que dominaba su ciudad natal de Sète y concluía en el rectángulo del cementerio, llamado desde siempre, por la vista del mar que desde allí se tenía, El cementerio marino. Gustave Cohen, profesor de la Sorbona y que explicó a los estudiantes el poema en presencia de Valéry, le concede importancia a este elemento personal, que implica una especie de confesión sentimental, aunque extremadamente velada, y que se justifica sobre todo por el hecho de que la conclusión será la determinación de una actitud, el paso de la pura contemplación a la acción creadora. Para él, el poema recuerda la estructura de una tragedia clásica, realizada no en cinco sino en cuatro actos, con su exposición, su trama y su desenlace. Esos cuatro actos o momentos, él los identifica como Inmovilidad del No-Ser o de la Nada eterna e inconsciente (estrofas I-IV), el primero; Movilidad del Ser efímero y consciente (estrofas V-VIII), el segundo; ¿Muerte o Inmortalidad? (estrofas IX-XVIII), el tercero; y Triunfo de lo momentáneo y de lo sucesivo, del cambio y de la creación poética (estrofas XIX-XXIV), el cuarto. Su conclusión es que se trata de un arte y de una doctrina que no pretendían más que expresar el éxtasis angustiado del poeta filósofo entre el esplendor inmóvil del No-Ser y la inquietud estremecida del Ser, entre el Universo que se ignora y la conciencia que se conoce, entre lo Eterno, que es pura luz, y lo momentáneo, que posee la riqueza, la fecundidad y el viso tornasolado de la existencia.