GARCÍA PALAZÓN, JOSÉ ANTONIO
La alucinada poesía de un veedor extasiado por la cotidianidad
«El año en que los perros enloquecen» (Vitruvio, 2015) entrevé la existencia alucinadamente
Diego Vadillo López Diego Vadillo López
Martes, 28 de diciembre de 2021, 12:55 h (CET)
La poesía de José Antonio García Palazón (Josechu) es de lo más fascinador con lo que me he topado en los últimos tiempos. Conocí a la persona antes que a la obra, y nunca pude imaginar que tan encantador y encandilador tipo portase, además de tantos dones, un morral de tamaños poemas.
JOSECHU Gª PALAZÓN
Sabía de su inquietud intelectual y general, pero no presumía que nada más acceder de lleno a su obra lírica habría de quedar atrapado en semejante epítome de magnificencias sin remisión, pues su poesía conecta sin sucesión de continuidad el petrarquismo con la más incitante vanguardia. El molde métrico petrarquista y la imagen visionaria marcan la impronta aquí. Y decir lo antedicho no es apuntar cualquier cosa, dado que tan embriagador torrente de imágenes con poso no ha de resultar fácil circunscribirlo a determinados moldes como lo hace García Palazón, quien, cual Fray Luis, porta un melodioso sentido de la existencia, una querencia a la cósmica armonía.
Es nuestro poeta un obrador de estancias social-realistas con aditamento surreal.
EL AÑO EN QUE LOS PERROS ENLOQUECEN
Contrasta la dulzura del ritmo con que son dispuestos los numerosos heptasílabos y endecasílabos, y los suaves encabalgamientos predominantes, con el fondo agreste, que es trasladado inserto en un abigarrado compendio de atenuantes imágenes, que, de tan alucinadas, nos reconcilian con la inmundicia que con asiduidad refieren. Como Fray Luis, parece Josechu sentirse a gusto en el molde de las siete sílabas, toda vez que tal medida otorga contención a lo expresado, que, al tener que ser dispuesto en tal horma métrica tiende a rehuir más destemplados (por lo diametrales) modos en favor de una más sinuosa y donairosa manera expresiva.
Como Garcilaso y Fray Luis y tantos otros, Josechu mantiene una relación dialécticamente honda con la naturaleza, de la que obtiene inusitados recursos plásticos, como en este conjunto sinestésico que ocupa dos versos de su poema «Cargos»:
«Mientras, el sol castiga a estos ilusos
con su olor amarillo, que quema la esperanza».
También maneja numerosos conceptos abstractos que hacen trascender su poesía toda vez que estos son atraídos hacia las cuestiones abordadas líricamente, donde son mudados en deslumbrantes imágenes por obra de la más dislocada retórica:
«La inocencia se baña
en agua de escorpiones».
En «La edad póstuma» aborda la senectud de manera estremecedoramente hermosa por lo audaz de los tropos que maneja. Veamos los cuatro últimos versos del poema:
«Los viejos se columpian
sobre un borde de niebla.
Esperan acampar entre dos sueños:
pernoctar en el dique de la nada».