MANZANO ROMERA MARIA ANGELES
Sorprende, de entrada, que una joven poeta titule su primer libro con un sintagma tan poderoso, con un afortunado heptasílabo que nombra y abarca y sugiere tanto, y que, a la vez, es tan etéreo como la luz, tan inaprensible como el tiempo. El poemario consigue así fijar la atención del lector ya desde la misma cubierta del volumen, en la que una rosa inclinada y solitaria parece simbolizar la fugacidad de esa machadiana «palabra esencial», de esa flor varada (gozosamente horaciana) que aguarda a quien se dispone a adentrarse en sus páginas. Porque estos versos (como toda verdadera poesía) requieren de una reposada lectura, a ser posible en voz alta, para descubrir su inagotable riqueza de imágenes, para apreciar su elaborado tapiz de destellos sonoros y para compartir su acompasado temblor emotivo. Para María Ángeles Manzano la rosa (el existir y sus avatares) es un momento de embriaguez entre dos enigmáticas eternidades. Ese instante epifánico, que solo puede nombrar el silencio, se despliega en las páginas de este libro, verbalmente, con afán de eternidad, con deseo de perdurar en la mirada lectora que lo abrace.
Tras el poema pórtico nos encontramos «el blanco tiempo» que traslada a la poeta a sus años de infancia (tan presente en estos versos) donde la «rosa naciente» anuncia ya un «lejano perfume» de «pétalos tras el desfile», anticipándonos así el secreto que atesora «la alquimia de los años», capaz de convertir la ganga de las horas en oro lírico. El sueño de la vida es vislumbrado como el curso de un «claro río, / siempre el mismo siendo otro». Ese río no se detiene con la muerte... o con lo que ya no es, intuición tanto más admirable en una voz tan joven. Sabe Mª Ángeles que el río de la vida prosigue en la imaginación y en la memoria de los otros, de los lectores y de aquellos que nos recuerdan. Y continúa su travesía hasta dar en el mar, que no es el morir sino el renacer en otro venero, en otro cauce. Aunque la poeta nos advierta «qué incesante anuncio el del olvido», no se interrumpe el río, no se agosta la rosa para siempre: su brasa candente se esparce en el aire con un aroma de eternidad, y fulge en el firmamento de estrellas.