PRADOS, EMILIO
CARLOS GURMÉNDEZ
26 JUN 1977
Uno, interno, cerrado, subcutáneo, y otro, exterior, social, revolucionario. Poeta de la soledad pura y a la vez el que siente a Madrid como su cuerpo propio, el Madrid enrojecido de pasiones, a la defensiva, de la guerra civil. Le conocí en París, exiliado, un día del cual conservo fijo el recuerdo: era melancólico, retirado, y comunicativo, un espíritu corporal. Sus primeros libros, Tiempo, Vuelta y La canción del farero, reflejan un sentimiento de arrobo ingenuo ante la Naturaleza, un tejer y destejer de las horas y el paso avasallador del tiempo con sus íntimas oposiciones: el día y la noche.Emilio Prados nace en Málaga el 4 de marzo de 1899. Después de los primeros estudios, a los quince años pasa a la pequeña residencia de la -Institución Libre de Enseñanza, en Madrid, para estudiar Ciencias Naturales. En esta residencia de estudiantes vive junto a García Lorca, Alberti y Buñuel., Enfermo del pecho desde niño, se agrava y debe partir a un sanatorio de Suiza. Allí empieza a escribir poesía y a su vuelta a Málaga, tras una breve estancia en París funda la revista Litoral, con Manuel Altolaguirre. En 1921 viaja a Friburgo para estudiar Filosofía. Las ma nifestaciones obreras, los mítines de Thalman, la atmósfera de la lucha de clases alemana, impregnan su espíritu y hacen de él un marxista revolucionario. A través de estos someros datos biográfi cos podemos comprender el origen dual de su poesía: el ensimismamiento íntimo, creado por la enfermedad pulmonar, y la vivencia revolucionaria alemana que le arrebata, haciéndole salir fuera de sí mismo.
Entre tanto, Prados ha escrito en 1926-27 El misterio del agua, que publicó en 1954, libro de poemas que armoniza sus oposiciones intimas. Luz y sombra, día y noche, mar y cielo, vida y muerte son los contrarios que se complementan en la unidad sustancial. Pocos años después escribe un dramático poema de amor, Cuerpo perseguido, en el que descubrimos un poema titulado «Posesión luminosa» que expresa la fusión del alma fisica y del cuerpo espiritual. Pero esta unidad de los amantes no se logra plenamente, porque el amor es un límite que no puede superar la heterogeneidad radical del otro. Emilio Prados intuye una solución: huir de la presencia, bien entrando en la sombra o cerrando los ojos. De aquí la importancia, en Cuerpo perseguido, de la función simbólica de los ojos, pues mirando hacia dentro se puede captar la presencia del otro en su ausencia y darnos su verdadera realidad. Pero aun así, no logra resolver poéticamente el enigma del amor, pues descubre que no puede hacer suyo al ser que ama:
«Entre nuestros dos cuerpos
¡qué inolvidable abismo! »