DE BUEN, ODÓN
Querido Manuel: con tu acostumbrada gracia, única muestra que exhibes de tu natural talento, me agobias de continuo a preguntas aparentando mortificarme, pero en realidad, ansioso de instruirte sobre la misión que nosotros los naturalistas tenemos en la actual época histórica.
Sabes que me deleita vivir entre vosotros porque, al fin y al cabo, entre vosotros he nacido y vuestras guasas que a muchos señoritos lastiman, porque están aparejados con ciertos toques aristocráticos, a mí me entusiasman cuando en corro, rodeando a una mesa repleta de copas y botellas, tomamos la fresca en estas noches tranquilas de verano. Siempre me encontráis dispuesto a contestar vuestras preguntas, haciendo la salvedad que ya os sabéis de memoria, que son muy distintas las aptitudes del profesor que vulgariza la ciencia y las del que busca ensancharla en los estudios del campo o en los del gabinete. Yo no sé si soy apto para enseñaros, y temo muchas veces que no entendáis cosas tan palpables que, dichas en vuestro lenguaje, resultarían verdades de Pero-Grullo.
Foto de Odón hacia 1885. Fuente: Archivo fotográfico CEOB.
Me preguntas de continuo: ¿para qué sirven todos esos bichos, todos esos pedruscos y todas esas hierbas que almacenas? ¿qué utilidad reportan los naturalistas para que en todos los países los protejan tanto? ¿y qué tiene que ver el coger bichos con las ideas políticas y religiosas que tú dices has aprendido en esas faenas, etc. etc.? Son preguntas éstas a las que no te he contestado nunca de primera intención, y ¿sabes por qué? Porque son tantos los que me las hacen que hace tiempo tengo pensado contestar en Las Dominicales. No desdeñarás supongo, leer este periódico. Ya sé que tus convicciones católicas no van más allá de tu conveniencia, y más de cuatro veces me has hecho desternillar de risa con tus cuentos, a costa de curas y beatas, frailes y obispos, aun cuando no dejes de cumplir con parroquia y lleves alguna vez el palio en las procesiones.
En estos momentos nuestro amigo D. Antonio manda desde su viña un paquete con hojas de vid y melocotonero. Las primeras tienen color verde muy pálido y presentan en la cara inferior unas manchas blancas que parecen de salitre. Al pronto me parece que esas manchas no son ninguna sal, cojo el microscopio -aquel instrumento con el cual viste los microbios de cólera hace dos años- hago preparaciones entre cristalicos, y veo unos hilos derechos que penetran dentro de la hoja. Preparo cortes verticales y observo con disgusto que aquellos hilicos tienen en el tejido de la hoja ramificaciones que chupan los jugos y matan a la planta. Recuerdo que hay un hongo microscópico, llamado peronospora vinícola o mildiu[1], con todos esos caracteres, y para cerciorarme, consulto libros de clasificación, y quedo convencido de que en las viñas de D. Antonio comienza a aparecer el mildiu. Por fortuna, me dice nuestro amigo que no ha observado más hojas con manchas blancas y yo veo que los órganos de reproducción del hongo están atrofiados, sin desarrollar, en todas las que me trae. Me explico el hecho perfectamente. El mes de junio ha sido seco, acaban de reinar vientos fuertes y ha hecho días de mucho calor, impropios de esta época. En tales condiciones, la peronospora no se desarrolla, tratándose de viñas de monte, que por lo tanto no se riegan. Para vivir este hongo necesita humedad, y será fatal para la vid el año en que los meses de junio y julio sean húmedos y alternan en ellos días de lluvia y días de sol, a no reinar frecuentes bochornos.