MIGUEL GAYA
APR
3
MIGUEL GAYA
Si hablamos de escribir poemas, no hay un procedimiento habitual, si acaso una voluntad de prestarse o entregarse a la escritura. Y en esa puesta a disposición del poema cuenta sobre todo el abrirse a un ritmo, a una música que va dando paso a la imagen del poema. Pero no es que la imagen, o las imágenes vengan, por decirlo así, sino que se van haciendo, y eso con las palabras, con la música que traen las palabras. Sería como el modo en que la música de las palabras resulta ilustrada. En rigor, no parecen tener relación alguna con algo previo, objetivo o biográfico, ni obedecer a un plan, o al menos un plan que yo conozca previamente, y eso es particularmente lo que más me gusta de escribir poesía. En ese sentido, no sé de dónde viene el poema; solo le presto atención, y trato de que no se escape, y lo voy siguiendo en su modo de expresarse, de hacerse. No estoy hablando de inspiración, sino de una puesta del cuerpo a disposición de la escritura del poema, y a ir manejando eso como si fuera un kayak en la corriente del río. De ese modo, el camino, y el sentido del camino del poema se entienden o termina de construirse al finalizar el poema.
Lo que es seguro es que hay situaciones, lecturas (de poesía especialmente), que parecen, si no disparar en lo inmediato, sí predisponer a la escritura. Luego está el proceso de pulido, o versión final, que muchas veces malogra el poema, y si hay suerte lo completa. Otras veces el poema sale fallido, o no alcanza a desarrollarse del todo, y cualquier cosa que se intente solo lo empobrece. En estos casos lo mejor es dejarlo ir, olvidarlo. A veces la corrección es inmediata, otras el poema reposa hasta que le encontrás el cierre, o el ritmo que soluciona eso que lo hacía sentirlo rengo.
Es por lo menos curioso que cualquier otro proceso de escritura (narrativa) tenga un procedimiento tan radicalmente diferente, al menos para mí. En narrativa me pasa estar inmerso en el universo de lo que estoy escribiendo, casi todo el tiempo, y repetirme una y otra vez secuencias, escenas, o párrafos, hasta sentarme a escribir. Entonces el procedimiento es más físico, más guiado y controlado. Más racional, si pudiéramos afirmar que el resultado lo es. Y si hay suerte no lo es, o no lo es del todo. Dicho de otro modo, si hay algún parámetro objetivo para medir los resultados de cualquier escritura, es que se resista a su racionalización completa.
Cuando escribo cualquier estímulo exterior me molesta, cualquier cosa que pueda estar haciendo pasa a segundo plano de conciencia. No es que necesite silencio, particularmente, pero no me dejo invadir, ni necesito, música o estímulos exteriores. Puedo comer o beber, y al terminar de escribir no habré registrado lo que hice, ni habrá valido la pena. Tampoco me ha servido de nada, sino todo lo contrario, intentar apuntalar la escritura con alcohol, tabaco, café o lo que fuera. Cualquier alteración de la conciencia empobrece los resultados finales, para decirlo de algún modo.
Aunque la felicidad que procura escribir, o culminar un poema es claramente física y eufórica, no he pensado con detenimiento el tema, o no vinculo de modo especial el cuerpo con la escritura. Al menos, en el acto mismo de escribir. Para decirlo de un modo ridículo, escribir sería casi un hecho espiritual. De todos modos, escribir es un modo físico de estar en el mundo.